Tras meses de observación he descubierto la existencia de: «El fenómeno del Pañuelo». Os lo explico.
Durante el S. XVII erroneamente los médicos creyeron que las máscaras picudas purificaban el aire. Por ello las usaban, con el fin de no contagiarse de la peste negra.
Tras el contagio de numerosos científicos la Unión Europea decretó el uso obligatorio de los Equipo de Protección Individuales (EPIs).
En Julio de 2020 para frenar la propagación de Covid-19 se nos impuso el uso obligatorio de mascarillas.
Las personas asociamos elementos y vestimentas a patologías. La máscara picuda a La Peste, los EPIs a virus como el Ébola, las mascarillas al Covid y, ¿Los pañuelos? Los pañuelos en la cabeza también los relacionamos a un tipo específico de enfermedad. Pero aparte de ese caso, existen muchos otros motivos para que una persona se ponga un pañuelo en la cabeza.
Yo concretamente, las primeras semanas tras el alta me ponía un pañuelo. Porque al estar rapada las cicatrices quedaban al aire, y debía evitar que les cayera suciedad y demás. Pues bien, me he percatado de que la gente, muestra compasión. Las personas muestran lástima, ante una persona joven que camina con cierta lentitud y dificultad y, que además, lleva un pañuelo y carece de pelo.

Esto lo digo, porque hay personas que llevan estos pañuelos por estética, por elección. Y les quedan genial, pero, esa gente, normalmente tiene su pelo normal, y bien por los lados o por detrás se deja ver algún mechón. En mi caso no había mechón. No había ni rastro de mi melena de antes de aquel 5 de agosto a las 6 de la mañana, pero eso ya lo contaré.
Como iba diciendo, aquellas semanas con mi pañuelo percibía miradas de compasión, miradas tiernas, miradas apenadas, «pobre niña, ¿qué le habrá pasado?». Ahora no. Ahora que sí tengo pelo y no tengo que llevar pañuelo, pero sigo caminando con dificultad y lentitud. Esas miradas compasivas han tornado en miradas de reproche. Las miradas que antes decían «pobre, mírala como va» ahora dicen «venga chica que hay prisa».

Y me parece curioso este fenómeno, que yo he catalogado como «El fenómeno del pañuelo». Llama mi atención el que ver a una joven de 18 años cruzar con cierta lentitud el paso de peatones. Una joven que aparentemente es «normal». Las personas reaccionen de manera negativa. Y es que una lo nota. Nota que la juzgan. Esa mala cara, ese mal gesto pone a una muy nerviosa. Porque, yo no camino lento por gusto, que podría. No. Yo camino lento porque veo doble. Camino a mi ritmo porque mis piernas están faltas de musculatura. No voy todo lo rápido que me gustaría, porque tengo atrofiado el vértigo. Voy lento porque hace quince días me extrajeron una muestra del cerebro.
Yo sé, porque lo sé. Que el conductor que va con prisa, o la señora que en una estrecha calle me adelanta, no pretenden herirme, ni me atacan personalmente. Claro que no.
Pero, ¿Por qué prevalecen las malas caras a una sonrisa? Cuando es sabido por todos que una sonrisa anima tanto. Esto es algo que he aprendido de una manera algo brusca, pero que es verdad. La gran mayoría de nosotros optamos por malpensar antes que por intentar responder de manera afectiva.
Nadie tiene porque saber de mi enfermedad con solo verme a través de un retrovisor. No tengo porque llevar un cartel luminoso con «Tiene una enfermedad rara«, para que esas malas caras desaparezcan. No tengo que recurrir a un pañuelo «El fenómeno del pañuelo» para dar lástima.
Con esto no digo que te bajes del coche y me ayudes a cruzar, no. Solo animo a la reflexión individual. Animo a pensar en todas esas veces que hemos malpensado del que, en la caja del supermercado pone las cosas muy lento. O de quien quien tira accidentalmente un bote a su espalda y ni se inmuta. No sabemos nada de esas personas, no podemos juzgarlas, simplemente dejémoslo estar.
No pongamos muecas si alguien cruza lento la calle. Subamos la radio y disfrutemos de esa canción que suena.
Gracias por leerme. Por leer el fenómeno del pañuelo.
Hablamos en el próximo artículo.