La habitación de un hospital no es un lugar agradable para la gran mayoría de personas. Yo por experiencia sé que una habitación de hospital no es como una en el Lopesan. Pero curiosamente he descubierto que existen momentos en que preferiría estar entre esas 4 paredes. Porque todo se vuelve algo más sencillo, porque se asume que «está ingresada, tiene que estar mal».
Cuando ingresan a una persona, y la mantienen dos, tres, cuatro semanas en el hospital. Creo que es cierto que acaba aborreciendo cada esquinero del pasillo, y desea el parte de alta como nunca ha deseado nada. Al menos a mí me pasó. Pero por otro lado, esas cuatro paredes son un refugio, una zona de seguridad, una especie de justificación de la enfermedad.
A mi parecer. Si una persona requiere de un ingreso para someterse a un tratamiento, de cara al exterior, está peor medicamente que una persona que puede suministrarse el tratamiento en casa. No pretendo comparar uno y ni otro. Simplemente digo que desde mis vivencias, el hecho de estar en el hospital, aunque te encuentres bien, es como «vale, está ingresada, tiene que estar mal» y no siempre es así.
Los últimos días que estuve ingresada tras la operación de la válvula, estaba perfecta, me encontraba muy bien. Hasta tal punto que, con mucha prudencia, una vez me dieron el alta, me fui a comer a casa y luego salí a tomarme un café con mis amigas. Sin embargo, ahora que no estoy entre esas 4 paredes, hay días que el simple hecho de levantar la cabeza de la almohada es toda una odisea. Pero como estoy en casa, y por mi forma de ser, levanto la cabeza y enciendo el móvil para ver que plan hay en el grupo.
Sé que es un problema mío. Pero cuando estaba en el hospital y leía en un grupo «esta tarde a las 19:00». Asumía que no podía ir, y lo asumía bastante bien. Ahora estando en casa, leo en el grupo «esta tarde a las 19:00». Y repito por mi forma de ser, siento que no ir sería un feo, porque estoy en casa y nadie me retiene. Y pienso que si no voy porque la debilidad se ha apoderado de mí, como esta no es tangible, la gente no lo va a entender.
Esto es algo puramente personal lo que llevo ya varios meses enfrentándome. Y reconozco que es más duro que salir siempre al mismo pasillo de la planta 3 a caminar, al menos para mí. Soy una persona que odia suponer un estorbo, o dar pena. Es muy raro que ante un «¿Cómo estás?», mi respuesta sea otra que «Bien» aunque lo que verdaderamente me gustaría contestar es «¿Qué cómo estoy? Hasta el coño de que la boca me sepa tan mal, harta de ver doble, deseando que llegue enero y acabar con la quimio, celosa de todos mis amigos que se han ido y están disfrutando de su etapa universitaria».
A no ser que sea a mis padres, nunca va a ser esta mi respuesta que ¿Quizá de vez en cuando debería de serlo, para hacer saber a mi entorno lo que existe detrás de la sonrisa y el bien? Pues quizá.
Por eso hay veces que veo más fácil estar en el hospital. Porque esa respuesta se da, erroneamente en muchos casos, por asumida, por que «está ingresada, tiene que estar mal».