El viernes 10 de junio de 2022 me subí a un tren. Un tren poco confortable que recorría kilómetros y kilómetros llenos de baches, algunos más grandes, otros más hondos. El 13 de enero de 2023 el tren llegó a su destino. Tras 7 meses de travesía, se acabó el combustible y los vagones dejaron de recorrer las vías. El 13 de enero de 2023 me tomé la última dosis de mi tratamiento de quimioterapia. Esto es algo que creí me causaría alegría y felicidad, pero esto eran tan solo una falsa esperanza.
Cuando el 9 de junio me comunicaron que al día siguiente empezaría mi tratamiento oncológico yo estaba muy mal, quería pero no podía. Casi no era capaz de hablar, mi parte izquierda del cuerpo estaba prácticamente insensible y no podía ni caminar yo sola, estaba enferma. Ahora todo eso ha cambiado, el tratamiento ha sido muy efectivo y ya casi que vuelvo a ser yo misma. Erróneamente algo dentro de mí, creía, pensaba, deseaba, que al tomarme la última pastilla de quimioterapia, por arte de magia o no se porque, yo me iba a encontrar perfecta. Esta falsa esperanza me ha acompañado cada ciclo. Falsa esperanza que me hacía creer que tras la última toma podría correr una maratón. Bueno eso no porque correr no me gusta, pero que podría hacer no dos, tres musicales de Alexia Rodríguez seguidos. Spoiler, esto no pasó.
La tarde del 13 de enero no estuvo bañada por risas sino por lágrimas. Yo misma me escandalicé ante este hecho, no comprendía porque un hecho supuestamente feliz me causaba tanta angustia. Ya ha pasado una semana desde ese momento, y ya lo entiendo todo. Mi frustración, mi desesperación, no es más que miedo, un miedo que me persigue cada noche, el miedo a empeorar.
Los meses que estuve tratándome había algo a lo que culpar si me mareaba o desestabilizaba, la quimioterapia. Ahora, si me encuentro mal, ¿a quien hecho la culpa?, a mí misma. Esta respuesta que resulta tan obvia, es la ventana de mis inseguridades y miedos. Pese a saber qué encontrarme cansada, desanimada, de capa caída, es normal, después de 7 meses de meterme veneno en el cuerpo. Pese a yo misma saber que haber terminado el tratamiento, es solo una parte más de la recuperación. Tengo miedo cada vez que me da un calambre en el ojo, o cuando se me tuerce un pie al subir un escalón.
Este miedo es como un cachorro, tengo que domesticarlo y aprender a tratar con él. Porque es un miedo que no va a desaparecer por ahora, quizá nunca desaparezca.
Ahora, una vez identificado el miedo y analizada la causa, me toca seguir luchando, no queda otra. Nadie más que yo sabe lo que ha costado llegar hasta aquí, estoy cansada, pero las cosas empiezan a coger forma y ya veo luz. Solo me queda secar las lágrimas y caminar firme y decidida hacia lo que venga.
Haz descrito al detalle el miedo que se siente al finalizar el tratamiento, porque te preguntas hasta cuando? Eres admirable, tu fuerza interior brilla, no dejes que el miedo te apague. El miedo es un compañero de vida que solo se duerme cuando vivimos intensamente cada momento agradeciendo cada instante del presente, el futuro no existe, vive y siente el presente con amor porque tu luz es tb la luz de todos los que te rodean.
Gracias, y sí nosotras somos más fuertes que el miedo.